Pálida y bella cual la presencia
de aquellas santas de antigua edad
tenía su rostro la transparencia
de la nobleza y la castidad.
Era la estampa vivida y tierna
de la pureza y la rectitud
pues reflejaba la sempiterna
norma radiante de la virtud.
Siempre con esa placida calma
de la solmene meditación,
en sus pupilas brillaba su alma
y en la sonrisa su corazón.
Radiante siempre yo la veía,
pálida y bella porque era así,
de tanto verla ya la quería,
pero su mundo no era de aquí.
Era de un sitio bello y lejano
y una mañana triste se fue,
traspuso el lindo cruel del arcano
y en este mundo cruel yo me quedé.
Pablo B. Pineda Cortés / Julio-6-2014.