Vie. Mar 29th, 2024

Hoy te he visto, Señor, venías cansado,

muy triste, cabizbajo y dolorido,

el rostro sumamente demacrado

y el alma hecha pedazos por mi olvido.

 

¡Que escuálida figura! ¡Que semblante!,

la luz en tus pupilas se moría

y todo en derredor, en ese instante,

parece que también desfallecía.

 

¿Qué tienes? ¿Por favor, dime qué pasa?

Permíteme ayudarte si es que puedo,

te ofrezco mis cuidados y mi casa

no vayas a morirte ¡me da miedo!.

 

Y tú, con infinita mansedumbre,

posaste tus pupilas en las mías

y un halo me envolvió como de lumbre

cuando escuché, Señor, que me decías:

 

“Es cierto, vengo triste y dolorido,

cansado de mirar a los humanos

que todo, en realidad, lo han corrompido

mirándose con odio siendo hermanos”.

 

“Mi padre me mandó a que les diera

amor, paz y esperanza a manos llenas,

y mira lo que han hecho, ni siquiera

se ayudan entre sí ¡Parecen hienas!”.

 

“Les di toda la paz que se podía

bajar desde el celeste firmamento

y míralos, no pueden todavía

gozarse de esa paz ningún momento”.

 

“Por eso es mi dolor, tú no podrías

quitármelo del alma aunque quisieras

pues nada ante los hombres lograrías

¡Tus sueños sólo son eso, Quimeras!”.

 

Así me dijo Cristo, y nuevamente

se fue cargando a cuestas mis pecados

y mi alma dolorida vive y siente

que ahora somos ya dos los cuitados.

 

Pablo B. Pineda Cortés / Junio 21, año 1995.