Vie. Mar 29th, 2024

América no ganaba un Clásico en Jalisco desde la Liguilla del Clausura 2007; ayer, con un gol de Paul Aguilar fue suficiente

Agencias, Guadalajara, Jal.—Le llueven botellas de agua. Sus compañeros lo abrazan. El éxtasis de la victoria no tiene límite. Tampoco comparación. Las camisetas amarillas se funden en un grito unánime. El gol está impregnado del insustituible sabor que proporciona el hacerlo frente al rival más odiado. Paul Aguilar lo engulle mientras lo invade la electrizante felicidad del Clásico.

Es casa ajena. Es el minuto 85. Es el momento cumbre de un partido en el que América ha sido superior a Chivas. El derechazo que acaba de mandar al fondo del arco hace elevarse a las Águilas en un vuelo que significa mucho, pues además del orgullo, queda la satisfacción de dejar al Guadalajara agonizante en el torneo con el 0-1.

Los Clásicos, por todo lo que encierran, son encuentros que abandonan con facilidad la categoría de ordinario. El técnico del Barcelona, Josep Guardiola, descifra atinadamente lo que ocurre en una cancha: «El talento depende de la inspiración, pero el esfuerzo depende de cada uno», sentenció, tiempo atrás.

En un duelo como el Chivas-América, ese esfuerzo del que habla el mejor estratega del momento a nivel mundial debe aparecer sin duda. Pero el Guadalajara tarda en comprenderlo. Le toma media hora recordar que juega ante las Águilas, que en la cancha se disputa el orgullo, respeto y la posibilidad de seguir con vida en el Clausura 2012.

Los visitantes, con inteligencia, aprovechan el desconcertante arranque del rival. Se apoderan del esférico sin demasiado esfuerzo. Rolfi, Hobbit y Benítez causan estragos cada vez que se acercan al arco defendido por Hugo Hernández, quien toma el lugar del lesionado Luis Michel.

Es Rolfi Montenegro quien manda los dos primeros avisos, con disparos (minutos 2 y 11′) que no terminan en las redes, pero que advierten la intención del América en este Clásico: no han venido a la cancha del Omnilife para especular.

Con la insistencia, los de Coapa encuentran la forma de infligir daño al Rebaño Sagrado. La afición azulcrema suelta el flamígero e inconfundible grito de gol, al 20′. Rolfi comanda el trepidante contragolpe, toca a la izquierda, donde el Hobbit entra y remata ante la salida de Hernández, que alcanza a desviar.

La pelota, elevada y parsimoniosa, sigue su camino rumbo al arco, Christian Benítez salta, gana la posición, empuja con la cabeza, corre a festejar. Kristian Álvarez queda tendido en el césped sintético. El juez de línea corre al medio campo. Valida la acción. Pero Marco Antonio Rodríguez emite el funesto sonido del silbato que anula el tanto.

Guadalajara, confundido como pocas veces, navega en un océano de inoperancia. Marco Fabián acompaña a Patricio Araujo en la contención. El escaso funcionamiento del conjunto rojiblanco se explica, en buena parte, ahí: amarrado lejos del área, el 8 de los locales no aporta su talento.

Ignacio Ambriz tarda media hora en recorrer el error. Corrige con lo que tiene en el campo. Báez a la contención. Magallón a la lateral derecha; Ponce a la izquierda y Marco Fabián por fin abierto por una banda, sin presión de marca, con libertad de movimiento. Sólo entonces, el Rebaño Sagrado despierta.

La reacción es tibia, pero alcanza para generar emoción a pelota parada. Por el costado derecho, Julio Nava cobra un tiro libre cerrado. Moisés Muñoz no alcanza la pelota, que llega a segundo poste, donde Héctor Reynoso la manda de cabeza al fondo. La tribuna, con mayoría rojiblanca, estalla en júbilo. El sonido fatal una vez más. Silbatazo de Rodríguez. Explica, con las manos, que el Cubo Torres ha empujado dentro del área. Otra jugada dudosa que corre la misma suerte: el gol no cuenta.

El ego, dicen, es uno de los mayores enemigos del ser humano. Marco Antonio, para bien o para mal, da de qué hablar siempre que se para en un campo de futbol, para fungir como árbitro de un partido importante. Esta no es la excepción.

Termina la parte inicial sin goles. «Un 0-0 es como un domingo sin sol», dijo el legendario Alfredo Di Stéfano. Quedan 45 minutos para que salga a iluminar con sus rayos el juego que mueve pasiones en todo el país.

La parte complementaria ratifica la superioridad americanista. Benítez recibe en el área y el arquero Hernández sale en su búsqueda, el ecuatoriano se da la vuelta y toca atrás, donde el Hobbiy Bermúdez remata a gol. La cabeza salvadora de Kristian Álvarez envía el esférico a tiro de esquina, al 52′.

Un minuto más tarde, un toque lleno de intención y claridad deja a Benítez solo en el área, ante la salida de Hernández toca pegado al poste y el balón hace vibrar las redes con su suave toque. La afición azulcrema celebra. ¿La tercera es la vencida? No. Esta jugada tampoco cuenta. La bandera elevada anula el gol por fuera de lugar.

El portero rojiblanco, invitado inesperado en el Clásico nacional, se coloca la etiqueta de «salvador». Primero, al 58′, se lanza a su izquierda para desviar un tiro potente de José María Cárdenas; enseguida, al 70′, hace gala de reflejos para tenderse a su derecha y rechazar un disparo raso del Hobbit Bermúdez, que había quedado solo en el área.

Cuando la llegada del gol es tan inminente como el paso de un tren luego de escuchar su máquina, es casi imposible detenerlo. América ha sido mejor a lo largo del encuentro y por fin lo refleja al 85′. El recién ingresado Raúl Jiménez recibe por el centro, afuera del área. La marca es complaciente. Chivas ni se entera que está jugando un Clásico.

El americanista tiene tiempo de levantar la cabeza y tocar a la derecha, donde Paul Aguilar entra libre al área. Su remate, raso y de pierna derecha, no puede tener otro destino. La pelota cruza el área con la alegría de quien se sabe a punto de llegar a su destino. Cuando mece las redes, no hay silbatazo que impida el grito. «¡Gol!», explota en la tribuna del Omnilife, que luce, de repente, repleto de camisetas amarillas.

La rabia impotente también aparece en el Clásico. Héctor Reynoso se va expulsado al 90′, por una falta sobre Miguel Layún. Chivas termina incompleto y con el orgullo herido. El silbatazo final casi sentencia su suerte: el sueño de Liguilla es prácticamente imposible.

Los de camiseta amarilla levantan los brazos. El júbilo los invade. Se abrazan. Los rojiblancos, en cambio, emprenden el triste camino rumbo al vestidor. Caminan cabizbajos. Limpian de su frente el infructífero sudor que produce la derrota. Alfredo Di Stéfano, a la distancia, podría estar contento. Este domingo, no hubo 0-0. El sol sí salió, pero sólo para el América.