Sáb. Abr 20th, 2024

El camino

Estábamos en camino para atender un parto en un ejido distante. Era el mes de agosto, de lo más caluroso: 38° a la sobra y aún de noche. Estábamos por Bacuachi, sonora, haciendo el servicio social de los médicos.

La cuenca del rio Sonora estaba seca y decidimos usarla como atajo, peo nos perdimos. Viajábamos en Volkswagen. El estrés aumento nuestra sed y no llevábamos agua. La oscuridad limitó totalmente nuestra visibilidad; aunque el firmamento relucía hermoso por la constelación de estrellas. No iluminaba la luna. Nuestra seguridad estaba en riesgo y la vida de un bebé por nacer.

El sendero pedregoso del río parecía, no más que un laberinto. Resé mucho. Pronto los destellos de una luz distante nos guio a una casita. Los residentes nos llevaron de vuelta a nuestro destino y pudimos llegar justo a tiempo para recibir en nuestras manos a un hermoso bebé del pueblo Yaqui.

Cuan a menudo emprendemos caminos equívocos por tomar atajos.

Jesús acababa de hablar de mansiones celestiales sin dolor y sin tristezas; un mundo perfecto de eterna felicidad, les acababa de decir que estaría preparando esas mansiones y que vendría a llevarlos, la promesa era demasiado.

Bonita para ser verdad, especialmente. Especialmente cuando se vive en un mundo en que todos los días enfrentas las acritudes de la vida y la muerte.

Entonces Tomás, el discípulo al que le gustaba tener pruebas de todo lo que se le decía, preguntó:

“Señor, no sabeos como llegar allá, por favor, muéstranos el camino”

Fue en esta circunstancia en que el maestro le respondió: “Yo Soy el camino, la verdad y la vida”.

Es triste querer llegara a algún lugar sin conocer el camino; pierdes tiempo y esfuerzo. Te frustras, te desengañas, y hasta llegas a pensar que te han mentido; entonces, abandonas tus sueños y esperanzas, y caes en el terreno del cinismo. El cínico finge que vive, aunque no vive; hace de cuenta que ama, pero odia; parece que sonríe, y, sin embargo, llora. Y no se incomoda con lo que os otros o el mismo piensen; pierde la sensibilidad.

¿Para que seguir luchando? —Me pregunta el otro día una persona—. Me he esforzado en ser feliz, y nada he logrado. ¿Vale la pena intentar de  nuevo, en un mundo lleno de injusticias?

¡Claro que sí! El secreto es encontrar el sendero, en medio de tantos caminos engañosos, seductores y atractivos. Caminos que te prometen luces y fuegos artificiales, fama, poder y placer; pero te llevan al pozo de la angustia, a la cuevas tenebrosas de la culpabilidad y del cinismo.

En medio de todo eso, suena la mansa voz de Jesús, que declaró. “Yo Soy el camino”

¿Es éste mismo Yo Soy quien se le presentó a Moisés en al arenas del desierto? Sí, es éste mismo Dios eterno que le da sentido a una vida escondida en la montaña de los errores humanos. Es el mismo Dios que quita a Moisés de entre las ovejas, y lo lleva a conducir un pueblo rumbo a al tierra de sus sueños.

¡Jesús es el camino! ¡Búscalo hoy, en humildad! ¡Sométete a él! síguelo por donde quiera que vaya, y tu existencia cobrará el brillo de las vidas victoriosas. Amanecerá un nuevo día y no tendrás miedo de vivirlo. Marcharás en la fuerza del que te llamó para escribir una página en la historia de los vencedores.

Por eso, hoy, no te atrevas a enfrentar las luchas que el día te trae sin recordar las palabras de Jesús: “Yo Soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al padre, si no es por mí”.