Vie. May 3rd, 2024

El ritual místico de las celebraciones del día de muertos en nuestra ciudad, a principios del siglo XX, tuvo una importante influencia prehispánica.

Que privilegió estas festividades, apoyada en una fuerte religiosidad popular católica, misma que auspició entre la gente más menesterosa esta ancestral tradición.

Generalmente los días 1 y 2 de noviembre, las mujeres asistían al cementerio vestidas con ropas oscuras y, cubiertas de la cabeza, con sus rebozos o chal.

Las niñas y señoritas vestían de blanco, los señores y jóvenes si llevaban sombrero o gorra, al entrar al panteón se descubrían en señal de respeto.

Al panteón también se le llamaba camposanto y, al llegar las personas a la puerta, antes de entrar se persignaban.

COMO ERA NUESTRA OFRENDA…

Nuestra ofrenda tiene una gran influencia prehispánica, por su sencillez, colorido y colocación; los rezos y cantos son de influencia española.

Cabe aclarar que todas las tradiciones y, específicamente ésta a la cual nos referimos, la ha conservado el pueblo, la gente humilde.

En un principio los nativos colocaban su ofrenda en el suelo, mucho tiempo después sobre un petate; en él ponían los alimentos que le gustaban al difunto, los objetos que usaba y, los que le servirían en su retorno al más allá.

Conforme pasó el tiempo se suplantó el petate por una mesa, en donde generalmente los vivos, tomaban sus alimentos.

La decoraban en forma muy sencilla (ver fotos de la parte inferior).

También es necesario que las nuevas generaciones de jóvenes y niños sepan, que la ofrenda de nuestro pueblo, no llevaba arcos, ni escalones, ni caminitos o cruces de sal.

Esa tradición forma parte del mosaico cultural de México, pero, pertenecen a otras entidades y, conviene conocerlas para aumentar nuestro acervo.

Pero, debemos pugnar todos: maestros, autoridades, padres de familia, historiadores y medios de comunicación, por preservar y difundir la herencia cultural que nos legaron nuestros antepasados.

CUAL ERA EL RITUAL…

Unos días antes de la fecha dedicado a los fieles difuntos, se iniciaba el ritual con la asistencia al cementerio a limpiar las tumbas, lavar y pintar los monumentos, pilastras y cruces, para que estuviera todo en condiciones óptimas, para el gran día.

Posteriormente venía el preparar lo que se requería para tal ocasión.

Las señoras mayores de la casa eran las encargadas de organizar todo e involucraban a los miembros de la familia para que de acuerdo a sus habilidades participaran.

Todo se hacía con un gran respeto y, así se acomedían a conseguir todo lo que se ocuparía.

Unos conseguían el petate o la mesa, otros la sábana o el mantel, algunos más las flores y frutas que generalmente se cortaban en los jardines y patios de las casas.

Las mujeres iban armando el altar y colocando lo que se iba a ofrendar.

Como por esa época la industria del dulce no llegaba a nuestro pueblo, se compraba a las personas que se dedicaban a elaborar las conservas.

Dulces de toronja, papaya, nanche, melocotón, tanaxnelo (dulce de calabaza), coco, leche, camote, melcocha, alfajores, tecoyote, gaznate, etc.

Y, frutas de la temporada: naranjas, plátano roatán, naranja china, cacahuates, limas, limón dulce, etc., para colocar en la ofrenda de los niños el 1 de noviembre.

Las ofrendas en un principio se alumbraban con varitas de ocote.

Posteriormente con velas de cebo y, últimamente con velas y veladoras de parafina.

El uso de la lámpara de aceite es relativamente nuevo.

Todas las comidas que se colocaba en la ofrenda, se ponían en vasijas de barro (jarros, tacualones, casuelas, ollas, etc.)

El agua tenía un simbolismo muy especial, la cual era colocada en un recipiente, primero en tecomates o jícaras, luego en vasijas de barro, posteriormente en vasos de cristal (en donde las almas, según la tradición, reposaban y tomaban el líquido, después del largo camino recorrido).

El Incienso y el copal también eran simbólicos, pues según la tradición, servían para sahumar el altar u ofrenda y purificar el ambiente a donde llegarían las almas de los fieles difuntos.

El ocote, las velas y veladoras encendidas simbolizaban, la luz que les guiaría en su recorrido a la otra vida.

La lámpara de aceite simbolizaba la vida misma, la luz del espíritu santo que mora en cada cuerpo humano y, que se desprende al morir, volviendo a Dios.

El cual, en estas fechas, les permite a las almas, visitar a sus familiares.

El altar se adornaba con flores de moya blanca con centro amarillo (originaria de esta ciudad, la cual era cultivada por Don Marcos Amoroso, en el cebollal), el moco de totole, flor de muerto, la teresita, dalias, chilalaga, habanera, dalia, etc. Generalmente estas plantas se daban en los jardines de las casas; las frutas, dulces y galletas se colocaban en la mesa en montoncitos.

La ofrenda de los niños que se colocaba desde el 31 de octubre, porque de acuerdo a la tradición, sus almas salían libres por voluntad divina para visitar el hogar de sus padres a las 12 de la noche, para pasarse el día 1 de noviembre con ellos.

Todo se colocaba en una mesa vestida de blanco, en la cabecera se ponía una imagen de un Crucifijo o santo de la devoción de la familia, a los lados se ubicaban dos latas o vasijas de barro con flores de las antes mencionadas y, se entonaban cánticos religiosos para recibir y despedir a las almas de los niños.

El día 2 de noviembre, la mesa se vestía con una sábana o mantel blanco y se adornaban con papel picado blanco y negro, las frutas, dulces y galletas permanecían en la ofrenda.

Y se les agregaban los platillos de acuerdo a los gustos de las personas fallecidas o lo que cada familia podía ofrendar.

Entre otros platillos se colocaban:

Mole, pipián, frijoles con xoxolo, pollo en chilpachole, pescado al gusto, papayanes, tamales diversos, atole, chocolate, pinole.

O la comida del día que se preparaba en cada hogar.

Así como: nanches curtidos, pan de muerto, su alipús (aguardiente de caña) cigarros o puros, agua, verduras cocidas, etc.

Este ritual era acompañado por rezos y cantos, sahúmos y riegos de agua bendita.

La ofrenda variaba según la situación económica de los deudos.

Se rezaba el santo rosario a las 12 del día, 3 de la tarde y 8 y 12 de la noche para despedir a las almas.

El día 2, el sacerdote oficiaba una misa a las 17:00 horas en el centro del panteón, por donde está el árbol de borreguito.

Uno de los momentos más emotivos sin lugar a dudas, de la ida al panteón, era la salida.

Pues seguía la compra de los nanches curtidos con Don Goyo Honorio quien desde 1930.

Fue el que inició esta tradición y, posteriormente la continuó Don Chico Mortera y su esposa Doña Hilda.

Así como sus preciosas hijas: Irma, Elsa, Elvia y Aida, las cuales ayudaban a sus padres vendiendo estos productos, primero en pedazos de hoja de plátano y posteriormente en papel de estraza o pedacitos de nailon.

Actualmente podemos degustar estos ricos nanches curtidos en bolsitas de plástico o frascos de cristal.

El día 2, las personas se retiraban del panteón, ya casi oscureciendo.

Pues el cementerio solo tenía la barda del frente, en donde está el columbario con los nichos, que contienen restos de personas que fallecieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX;

El resto era una cerca de alambre de púas, por donde las personas podían entrar y salir a la hora que quisieran.

El momento más esperado de este ritual, era la repartición de la ofrenda.

La cual se llevaba a cabo el día 3 de noviembre por la mañana.

A los niños se les obsequiaban las frutas y dulces, las comidas y bebidas eran para las personas adultas.

Antes de repartir la ofrenda, se sahumaba el altar, se cantaba y se rezaba nuevamente, se recogían las flores, veladoras y lámparas de aceite para llevarlas al panteón, donde se realizaba nuevamente un ritual parecido al que se hacía en casa.

De esta manera año con año con algunas variantes como antes señalé, nuestra juventud y nuestros niños, apoyados por sus padres y maestros, así como por nuestras autoridades municipales, reviven esta hermosa tradición.

La cual ha sido declarada por la ONU, patrimonio cultural no material de la humanidad.

Por mi parte es todo, deseo que tengan una semana feliz que Dios los bendiga abundantemente.

Profr. Sixto Carvajal

Cronista de San Andrés Tuxtla, Ver.