Sáb. Mar 22nd, 2025

POR ARMANDO RAMÍREZ RODRÍGUEZ .

Capítulo 4.

Para la celebración de las fiestas patrias, soltábamos globos, hechos de papel china que hasta el día de hoy y en el nuevo milenio se sigue conservando aquella antiquísima tradición. Las calles se veían todas uniformes, adornadas con banderitas, moños y alguno que otro adorno del festejo de la independencia. El alcalde hacía su aparición en el pueblo con la bandera nacional y la banda municipal tocando marchas tradicionales, a su vez que recorría las principales calles.
La tradicional mojiganga de San Andrés; el totole, el peluquero, los indios, el zapatero y los toros; todos bailaban al ritmo de las bandas de viento arriba de un camión. Se escuchaban por las calles los pasos dobles que interpretaba la Orquesta ideal de Nato Moreno o el Arpa de Oro de Andrés Rodríguez. Los precedía la multitud de gente coreando alrededor del carro que llevaba consigo a la Virgen de la Concepción, la Virgen de Guadalupe o el patrono San Andrés. Los jóvenes a su vez corrían en primer plano acosados por los toros. Después de recorrer muchas calles, llegábamos a la casa del organizador donde nos ofrecían un exquisito festín de tamales tradicionales y un rico café de olla, especialmente preparado para quienes con los primeros rayos del sol nos levantábamos a disfrutar las fiestas patronales.
Otra fecha esperada era el 20 de noviembre, ya que se había hecho costumbre una carrera de relevos de Catemaco a San Andrés. Esta carrera inició por sugerencia del Doctor Armando Ramírez Sánchez y fue apoyada por el Doctor Ostos Mora, quienes se la propusieron al candidato a la presidencia, Adolfo López Mateos, cuando este hacía su recorrido proselitista en la región, López Mateos apoyo la idea con el fin de implementar el deporte entre las poblaciones aledañas. Los galardones fueron cedidos por el Prof. Ramón G. Velázquez, presidente de la comisión mundial de Box.
En 1965 en la escuela ESBIO, organizábamos cada 15 días excursiones para ir a Chigama y traer trozos de laja para moldearla en bellas figuras. Al hacerlo nos emocionábamos y en nuestro esfuerzo lográbamos la culminación de un rostro, pájaro, u otra figura inspirada en nuestros sueños. Aprovechábamos el camino para comer, totopotzin, nanches, chagalapoli, viscahuite, chochogo, y anonas. Al llegar a la poza, corríamos a tirarnos a las frescas aguas y cristalinas, donde jugueteábamos un rato. Después con energía recargada, empezábamos a recolectar la laja. En el camino nos encontrábamos con la flor de izote y el súchil, que adornaban las veredas donde transitábamos. Sin embargo, teníamos gran cuidado al encontrarnos con el chichicastle y el pica-pica; el cual todos sabíamos que, si teníamos la mala suerte de cruzarnos en su camino, terminaríamos el día recordando el infortunio encuentro con la planta. Generaba tal picor en el cuerpo, que resultaba el terror de todos los senderistas cuando salíamos a recolectar en la selva.
Siempre nos acompañaba el trinar de los tingolichis, en una impresionante parvada; así como las poposxalas, el sarapicón, las primaveras, las cucharetas, el pájaro sanjuanero y el cantar de las chachalacas… las hembras queriéndose casar y los machos negándose por falta de cacao… El camino era amplio y con mucha luz, la adornaban árboles como el chipile, chinini. Jinicuiles, tatuanas y jícaras.