POR ARMANDO RAMIREZ RODRIGUEZ.
Capítulo 3.
Teníamos muchas formas de divertirnos en la cotidianidad de la vida provincial; bailábamos, cantábamos y formábamos equipos de baloncesto y futbol para competir entre los diferentes equipos de jóvenes con ansias de competencia sana. El equipo de futbol de San Andrés estaba conformado por muy buenos jugadores, como Ramiro Gracia, Rafael Álvarez, Francisco Ramírez, Carlos Rodríguez, Luis Ortiz, Carlos Quinto, Luis Bohor y Armando Ramírez. Fui portero, pero en realidad todos éramos hábiles, entusiastas y con mucha pericia. En baloncesto demostrábamos grande destreza. Nuestro famoso equipo RAPHAR, lo componían: Raúl Sawer, Francisco Ramírez, Héctor Turrent, Arturo Cano, Robert Turley y Armando Ramírez. Un equipo sobresaliente de la región tuxtleca. La gente siempre nos acompaño entusiastas a mostrarnos apoyo.
Pero lo que resultaba toda una aventura, y que hoy es un suspiro de añoranza, eran las excursiones que realizábamos recorriendo la selva tropical o los mares que rodeaban los pueblos, con sus grandes olas que chocaban entre las rocas perennes en el tiempo. Historias que se han escrito entre las aguas de aquellos mares y lagunas que rodean las poblaciones de la región.
Los sábados por la noche en Dos o tres barrios aparecía el tableteo de la tarima para bailar el fandango, las mujeres se engalanaban con el vestido de jarocho y nosotros con nuestra clásica guayabera. Las jaranas mágicas entonaban melodías, las cuales muchas se perdieron en el tiempo, y algunas de ellas aún existen, pero con ciertas modificaciones adaptadas a la época. La serenidad pareciera parte del pasado efímero; a veces así se puede sentir. Era un ambiente sano donde no existía influencia angloparlante, y la música era un reflejo de la simpleza y transparencia de aquellos años. Se entonaban canciones con historia popular, como la bamba, el tilingolingo, entre muchas otras que se bailaban en las veladas musicales.
Durante las posadas salíamos a cantar en la calle, casa por casa, llevando ramas que adornábamos con tiras de papel china, y cada persona portaba un cascarón de una naranja amateca, donde previamente introducíamos una vela que iluminaba la tarde. Así se veían las calles, luces que acompañaban al unísono melodías propias de la temporada, y que aún hoy en día se siguen escuchando… Es más linda la virgen que todas las flores
Para finalizar el año salíamos con un muñeco de trapo; el viejo, representaba el año que había terminado. Las canas, los anteojos, el cansancio de un tiempo que culminaba representando a un ser humano. A este lo llevábamos en una camilla, y relucían personajes como la viuda, el médico, el cura, el diablo, y no podía faltar la muerte, quien lo acompañaba a otra dimensión. Cuando se escuchaba las campanadas de medianoche, nuestra alegría se acrecentaba porque deseábamos prenderle fuego aquel anciano postrado en la camilla, que había sido preparado especialmente para que hiciera un espectáculo con sonido y fuegos explotando de su cuerpo. Simbolizaba un año que se había esfumado, así como el humo que se escapa de los trapos harapientos y se evaporaba entre las penumbras de la noche… Don Ferruco se muere de tristeza porque a medianoche le cortan la cabeza.