POR ARMANDO RAMÍREZ RODRÍGUEZ.
Capítulo 36.
En estos lugares existe gran variedad de especies arbóreas, muchos de estos descansan sobre raíces adventicias y forma arcos pequeños o grandes que regularmente pensamos que son nido de armadillos o víboras. Lo árboles están como grandes columnas y solo en la cima se ramifican, además aparecen rodeados de bejucos o plantas trepadoras que parecen jardines colgantes. En lo alto hay una variedad de orquídeas tropicales que verdaderamente son una gema de la sierra, adomada por grandes helechos cuyas hojas alcanzan más de dos metros de longitud. Las hojas caídas de los árboles se pudren rápidamente y están en el piso, en un aparente colchón que tramposamente cubre la arena volcánica.
Llegamos caminando a la parte oriental del Titépetl, el cerro del fuego, donde hace más de 400 años estuvo el Ixtlán, que fue sepultado por la arena, piedras y ceniza expulsadas por el volcán. Cuando sucedió la erupción, despavoridos los Ixtecos huyeron hacia el valle de San Andrés donde decidieron asentarse, principalmente en lo que hoy se conoce como el barrio de Chichipilco y San Francisco, esperando la suerte del coloniaje y luchando contra la barrera del idioma.
Logro imaginar el Ixtlán, una aldea aislada con sus casas de caña, madera y zacate; la población dedicándose principalmente a la caza, una rudimentaria agricultura y a un comercio muy primitivo. En el centro del asentamiento un centro religioso para adorar a sus dioses, cuyas piedras labradas tenían grandes semejanzas con las encontradas a las orilas de las playas de Montepio. Lo aislado, lo impenetrable era propicio para los que huían o se sublevaban refugiándose en el Ixtlán; habia personas descendientes de aztecas, olmecas, tarascos, popolucas y mayas, quienes vivían en esa meseta aislada.
La vida cotidiana se antojaba sencilla y pacífica. Los días transcurrían en buscar el modo de sobrevivencia, el lugar parecía bendecido por los dioses, en coexistencia con el medio natural. Ahí, en el imponente verdor, se creaba la música de instrumentos fabricados artesanalmente, entonando con la sinfonía de los sonidos propios del lugar…los árboles que danzaban, el viento que silbaba, las aves que entonaban canticos entre las ramas. Todo esto con su comida tradicional, la cual era preparada en material hecho de barro, probablemente lo traían de un homo que existía en Montepío.
Muchas especies que aún subsisten en el entorno no son tan fáciles encontrar, y la razón es que en el día permanecen ocultos desarrollando su vida en la obscuridad total de la selva. Quise buscar y observar las aves, pero muchos para los que pueblan todos los niveles de la sierra estaban ausentes, quiza las condiciones del clima de aquel dia hicieron que buscaran refugio en el follaje tupido de los árboles… quizá ya no existen en aquel mundo donde alguna vez volaron.
Ante la amenaza de las serpientes de la región, las cuales tienen un veneno que suele ser mortal, fuimos prevenidos con suero anti viperino por cualquier eventualidad. Así mismo la mosca del moyocuile, cuyas larvas se reproducen en el tejido subcutáneo formando túneles donde alcanzan hasta 3 cm creando nódulos y abscesos. En mis años de médico general y cuando mi padre ejercía, era muy común encontramos este problema entre la población lo que causaba cierto temor.
Hace 50 años era otra realidad, ya no existe aquella selva impenetrable llena de tigrillos, tapir, jabalíes, ardillas, monos, tepescuinces y hermosos pavos reales silvestres engalanando las veredas; y ¿que decir del cielo? Donde adornaban con su propio espectáculo, las aguilas, tucanes, y otras muchas especies de aves migratorias. Siguiendo el camino en esa abrupta montaña, lentamente empezamos a escalar, donde reinaba un silencio que permeaba en cada rincón y que generaba a su vez una sensación de soledad y aislamiento. La cual paradójicamente se convertía en un pacifico regocijo.
Fueron 4800 m para llegar de la falda al crater, lo recorrimos en 4.5 de rata resalen cia A la mitad del camino a escas nosotros, un esfuerzo de alta resistencia. A la mitad del camino descansamos 15 minutos en un paraje con una cruz perfectamente adornada con flores autóctonas de la región. Al terminar de reponernos y recuperar energías, iniciamos la inclinación la cual era de 110 grados; ascendiamos, subíamos, escalábamos, pero no podíamos ver la cúspide, solo el tubo lleno de palmeras y árboles frondosos y el abismal barranco en todo el camino.
Al llegar al cráter, nos invadió un júbilo unánime… habíamos conquistado la montaña de fuego. Estuvimos recorriendo la cima, celebrando nuestro logro grupal, y explorando lo que habían dejado alguno que otro aventurero o poblador que también hubiera llegado a la cúspide del majestuoso volcán. Admirábamos los enormes helechos arborescentes…La historia del volcán percibida en sus hojas, abiertas al presente relatando leyendas. A 100 m hacía el norte encontramos la planta de Arrayan, usada comúnmente en herbolaria por tener propiedades diuréticas. También es recolectada en la semana mayor para llevarla a la iglesia en las celebraciones católicas con sentido sincrético.
Después de admirar el valle de San Andrés empezamos a descender flaqueando las piernas. Nos tomó 2.30 horas descender de la montaña; entre el cansancio y el hambre que había producido la aventura, nos encontrarnos con una gran sorpresa. El Sr. Sixto Chi nos ofreció en su cabaña de madera, una deliciosa comida casera preparada en un fogón tradicional, acompañada de agua fresca y cristalina recolectada de la montaña… un obsequio de los dioses por haber conquistado la cima del
Titépetl.
CAMINANTES DEL IXTLÁN: Hermanos Capi, Jorge Martínez, Maribel Moreno, Carlos Pascacio, Freya Ramírez, Felipe Ranero, Carlos Smith, Isabela Smith, Daniel Solano.