Vie. Mar 28th, 2025

POR ARMANDO RAMÍREZ RODRÍGUEZ .

Capítulo 8.

CATEMACO
Al pasar Nompitas, por Olotepec, se llega a las curvas de Tatateltas, un recoveco donde imaginas varias figuras como un caballero alto en corcel, borregos pastando o la presencia de piedras para golpear al Caminante. Al llegar a la calle principal encuentras a los habitantes que siempre están sonrientes y alegres. Las casas de la población eran de madera, zacate o tejas y el piso de tierra, cemento o barro. Las aceras eran decoradas por frondosos árboles con sus flores de diversos colores tropicales.
En la cocina de estas casas típicas existía un fogón con dos o tres tenamaxtles, donde se preparaba el café con piloncillo, frijoles con chonegue o caldo de topotes. El metate con su respectivo metlapil ayudando a la masa para que ininterrumpidamente salieran del comal las tortillas, y poder rociarlas con el tomachile que fue hecho con el molcajete con su temolote. La masa tenía seis taburetes y la loza con ollas, sartenes, facas, tacualones y jarras de barro.
Las camas con estaca cubierta con petates de Oaxaca, y las butacas con respaldo de cuero de venado y encajadas por ahí con un hacha, pala, machete, una escopeta y una guitarra. Contiguo había un chiquero donde gruñían los cerdos y las gallinas, que eran muy cuidadas por el tlacuache.
En el trayecto hay un montículo, El Cerrito, que se encuentra a un lado del sendero y es un indicio de haber quedado sepultada una civilización. En la plaza central se encuentra la torre del reloj, LA TORRE DEL TIEMPO. Desde ahí se observa la magistral laguna, un paraíso donde se funden las aguas con las nubes. La torre del tiempo parece siempre estar clamando llegar al cielo. Imperturbable por las estaciones, por las generaciones… por el tiempo.
Dicho reloj atravesó los mares saliendo de Alemania para llegar a posicionarse orgullosa en tierras lejanas. Alrededor de su base las casas yacen tranquilamente, hay una elegancia y sobriedad en sus trazos; en la parte superior esta incrustado el reloj donde desde hace más de un siglo armoniza la ciudad. El tallado de su estructura se realizó utilizando piedras de laja, y para unirlas se molieron conchas calcáreas de moluscos, ya que había demasiada en la laguna formando una alfombra blanca. La estructura se edificó en el porfiriato, cuando mi bisabuelo Don Francisco Mortera Cinta Don Pancho (como le decía cariñosamente el pueblo) era el jefe político. Había sido presidente por 35 años de Catemaco, así como el presidente Porfirio Díaz, quien curiosamente era su compadre.
Encontrándose en medio de la espesa vegetación tropical con una magistral laguna. Don Francisco Mortera trazó el pequeño poblado, edificando un parque con bancas y kiosco para que los habitantes originarios disfrutaran de un paseo dominguero. Interviniendo también Don Conrado Jerezano y Don Domingo Álvarez, esposo de la célebre poetisa Doña María Boettiger; pero aún más fue el pueblo que con su tequio hizo posible la hazaña. Ahora vemos desde La Torre la interpretación de la vida, es centinela de la riqueza, de la pobreza, de la tristeza y risa. Pero también de la indiferencia de las contradicciones, de la soledad, es la fibra nerviosa de Catemaco, es el alma de nuestros abuelos.
Armando Ramírez Sánchez escribió datos biográficos sobre mi bisabuelo Don Francisco Mortera Cinta, a quien llamaban en el seno familiar tío Pancho; tenía una destacada personalidad que le daba la autoridad que por muchos años ostentó. En 1897 era la primera autoridad del pueblo, y no se sabe si al llegar a Catemaco traía el nombramiento de alcalde municipal o si le fue expedido luego de estar radicando en este lugar.
Se desconoce la fecha del nacimiento. Se cree que fue alrededor del año de 1857 y que falleció en 1915 en la ciudad de México. Los hombres de aquella época tenían un concepto completo de la honradez y del cumplimiento del deber, Con Doña Josefina Aguirre procrearon tres hijas, Esperanza, Josefina y Olivia. Esta última se casó con Antonio Rodríguez y tuvieron a mi madre Isabel. Llegaron a Catemaco en la segunda década del ultimo tercio del siglo XIX cuando la comunidad contaba con 4000 habitantes.