Mar. Mar 19th, 2024

Otra presea para Veracruz. Otro Premio Oscar. Otro Premio Nobel. Ahora, en el quinto lugar nacional en depresión.

Primer lugar, la Ciudad de México. Segundo, el Estado de México. Tercero, Jalisco. Cuarto, Chihuahua.

La depre, de cariño como le llaman, uno de los peores males escapados de la caja de Pandora, enviados a la tierra por Zeus a través de la bellísima Pandora, digamos, como una venganza del dios perpetuo.

La depre… que pega por igual a las personas de la séptima y octava década que a los niños y jóvenes.

Y que, en muchos casos, caray, suele llevar al suicidio, tiempo biológico de la vida cuando la carga emotiva del día con día está llena de negatividad.

Simple y llanamente, la pérdida de una razón de peso y con peso para seguir viviendo.

Desde luego, y por fortuna, hay cura. Hay tratamientos médicos que levantan el ánimo y hasta cierran la puerta a la racha depresiva.

Pero al mismo tiempo, sigue como un riesgo. Especie de maldición desde el más allá.

Incluso, familias depresivas. El caso más conocido en la historia del escritor y reportero, Ernesto Hemingway.

Él se pegó un tiro en la boca. Pero su padre, un tío y una sobrina también se suicidaron en lo que también se llama “un viaje a la oscuridad”.

De pronto, la persona pierde las razones para vivir y se hunde en una vida sin sentido. Y nada le importa.

Incluso, la depre está considerada como el causante número uno de baja en la vida laboral.

Ninguna alegría para vivir. Ninguna razón de peso para seguir empujando la carreta y pateando el balón. Nada motiva ni anima ni reanima. Se vive en la parálisis contemplativa. En la indiferencia.

Hay quienes aseguran que cuando se vive de cara al mar (en el caso de Veracruz, de cara al Golfo de México), la gente tiende a volverse más depresiva.

Quizá. Pero por lo pronto, Veracruz en el quinto lugar nacional.

Y aun cuando en la estadística son 5 mil 319 en el transcurso del año anterior (14 mil 535 en la Ciudad de México), bien podría decirse que en una población de ocho millones 150 mil habitantes son pocos casos.

Pero al mismo tiempo, 5 mil 319 son muchos… y que más, mucho más pudieran ser.

 

LA DEPRE PEGA A TODOS…

 

Por la depresión hay niños, jóvenes, adultos y ancianos suicidas.

Hay quienes se cuelgan de una cuerda o una reata desde una viga en su casa. Incluso, en el baño.

Otros apuestan a quitarse la vida colgándose de un árbol. O tirándose desde el piso número catorce de un edificio.

O tomando unas pastillitas. Cortándose las venas. Pegándose un tiro. Arrojándose al mar o a la poza de un río.

Fue espantoso para la familia jarocha aquel padre que en la madrugada se colgó de un árbol en el frente de su casa y al despertar y salir a la calle lo primero que vieron fue el cadáver del padre colgando de un tronco.

Todo, por el viaje sórdido y sombrío a la oscuridad.

La depre es genética. “De familia” dice una doctora. Pero hay también otras razones, motivos, pretextos.

Desde un desencanto amoroso como si la mujer o el hombre fueran los únicos en la vida hasta, digamos, el desempleo, cuando luego de buscar y buscar y buscar una oportunidad laboral la persona siempre es rechazada y con la carga familiar escapa, como se dice, “por la puerta falsa”, dejando a la parentela (esposa, hijos) en la peor orfandad y la más canija soledad adversa.

Una persona depresiva bien puede pasar muchos años entre la espada y la espada. Pero por fortuna, suele volverse a la vida. Y con más enjundia y bilirrubina.

 

RAZONES DE PESO Y CON PESO PARA VIVIR

 

La vida es bella. Y hay razones de peso y con peso para vivir.

Según el terapeuta Víctor Frankl, a veces la razón número uno es una causa familiar. Todo por la familia. La familia, el epicentro de los días y noches.

La razón número dos es una causa social. Las personas predestinadas y destinadas para servir a los demás. Desde la política-política hasta, incluso, la guerrilla social. El activismo social.

Y la tercera razón es una causa religiosa. Sacerdote, predicador, monja, por ejemplo.

Entonces, dice el terapeuta, lo importante es nunca perder el objetivo para evitar, entre otras cositas, andar de capa caída y lo que suele llevar a la depresión.

Y es que perdido el interés por la vida la persona se hunde.

Y para entonces, nada más aconsejable que un tratamiento médico para ayudar a levantar el ánimo y poco a poco recuperar el sentido de la vida.

Una tarea que únicamente corresponde a la familia y a los amigos, de igual manera, digamos, como en el caso del alcoholismo.

Si el Estado fuera capaz de alentar la creación de empleos, pagados con justicia laboral, estables, buen ambiente y con las prestaciones de ley quizá nunca habría espacio en la vida de la población para volverse depresivo.