Vie. Mar 29th, 2024

Se vive un periodismo de cuarta, quinta, sexta categoría en materia laboral. Hay, cierto, un periodismo de primer mundo en contenidos. Pero al mismo tiempo, vaya paradoja, uno de los peores pagados del planeta.

Reporteros, fotógrafos, editores y secretarias con sueldos infames, “salarios de hambre” les llamaba Ricardo Flores Magón hacia 1900 desde su periódico, Regeneración.

Trabajadores de los medios que todos los días trabajan horas extras sin que los patrones las paguen.

Empleados que en la mayoría de los casos nunca perciben las prestaciones económicas, sociales y médicas establecidas en la Ley Federal del Trabajo.

Trabajadores laborando más de ocho horas diarias sin que nunca, jamás, sea retribuido en el salario porque, ni hablar, “la vida es así y así es la vida” en la práctica reporteril.

Reporteros vetados, incluso, despedidos, cuando basta y sobra que un político encumbrado como funcionario público lo sugiera y pida.

Por lo general, la regla universal es la siguiente: magnates periodísticos enriquecidos con trabajadores jodidos.

Tan jodidos que la mayoría ni siquiera usufructúan el Seguro Social ni menos, mucho menos, el Infonavit. Ni tampoco el derecho a la pensión.

En el siglo pasado, cuando tan abundantes eran las huelgas obreras, lo más trágico y cómico era mirar a un reportero cubrir la huelga en tanto a ellos, en sus medios, les está negado el legítimo derecho a parar el periódico, de entrada, porque simple y llanamente, son raros, excepcionales, los periódicos donde los patrones permiten un sindicato.

Todavía peor: El día cuando un reportero, fotógrafo, editor, comete la audacia y la temeridad de pedir un incremento salarial, los patroncitos enfurecen y dicen, siempre, que atraviesan tiempo difícil en materia económica y que en todo caso, si no les parece pueden renunciar “porque allá afuera, en la calle, hay un montón de periodistas” solicitando una oportunidad laboral.

En otro tiempo, el gobierno festinaba el llamado día de la libertad de prensa… cuando caray, antes, ni ahora, existen razones de peso y con peso para la conmemoración patriótica y patriotera, ajá.

BATALLAS PERDIDAS

Hay en Veracruz, por ejemplo, reporteros con un salario mensual de 4 mil pesos. Otros, les va, digamos, un poquito mejor, y perciben 5 mil. Otros más, alcanzan 6 mil. Pocos, acaso, 7 mil. Raros, excepcionales, 8 mil pesos.

Además, se insiste, sin el legítimo derecho a las prestaciones garantizadas en la Ley Federal del Trabajo.

Incluso, con todo y que el Congreso de la Unión legisló en la materia para aprobar un salario mínimo en los medios, pocas, excepcionales ocasiones se respeta.

Y lo peor, ninguna autoridad ni tampoco Comisión de Periodistas, digamos, da seguimiento.

Peor tantito: nadie, ni las dichosas Comisiones de Reporteros, se ocupan del caso, porque de antemano, se trata de batallas perdidas.

Bastaría referir, como decía José Pagés Llergo, el legendario y mítico fundador y director general del semanario Siempre!, que se hacen periódicos sin reporteros y se publican fotografías sin tener fotógrafos.

Es más:

En el tiempo priista y panista, si un reportero era despedido en un medio e interponía una denuncia laboral en la Junta de Conciliación y Arbitraje, nunca procedía.

Y jamás procedía, porque el dueño del medio y/o el director editorial solían hablar con el secretario de Trabajo y Previsión Social y quien ordenaba al titular de la Junta de Conciliación archivar la denuncia.

Y el reportero aquel podía envejecer tramitando su denuncia hasta que de plano “colgaba los guantes”.

Las peores condicionales laborales de la vida germinan en los medios.

Y con frecuencia, un trabajador de la información puede redimirse con su familia cuando tiene otra fuente de empleo, desde impartiendo clases, por ejemplo, hasta un puesto de tacos en las noches y un puesto en el tianguis el fin de semana.

Algunos, suelen emplearse de asesores políticos y mediáticos, y ahora, con el auge tecnológico, lanzar un periódico digital para ver si pueden cachar ingresos adicionales.

LA TINTA CREA ADICCIONES

Nunca en el periodismo ha existido hora concreta, específica y maciza para que las noticias sucedan.

El trabajo reporteril es el más absorbente de la vida y suele iniciar temprano en cada nuevo amanecer sin que nadie conozca la hora del cierre y ni modo de abandonar el frente de batalla porque a deshoras puede ocurrir la noticia de 8 columnas.

En el periodismo, los días de descanso se convierten en días laborales. Y las horas se prolongan tanto que, por ejemplo, ni a la fiesta familiar en el cumpleaños de un hijo puede asistirse o llegar a destiempo.

Y en contraparte, patrones y jefes duros y rudos en el trato laboral, por lo general, “agarrando por hambre” al personal.

Por eso, un reportero vive a la orilla del precipicio económico y social y en la primera oportunidad suele migrar a un empleo digno y decoroso.

Más, mucho más, cuando ya está casado y tiene esposa e hijos que mantener.

En el oficio reporteril, “toda la vida es un sueño” porque se vive soñando con un trato justo laboral y que con frecuencia, rara, extraordinaria ocasión llega. Y si hay quienes continúan en el oficio se debe a que cuando huelen y olfatean la tinta del periódico saliendo de la rotativa el olor se vuelve una droga, además, claro, de la vocación inalterable y férrea.