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Jul 28, 2018
  • Doña Josefina

La vida comunitaria de nuestro pueblo, en un ayer lejano, era más armónica, sus miembros interactuaban entre sí para satisfacer necesidades, las familias se entrelazaban emparentando o a través del compadrazgo, y con ello se adquiría una responsabilidad hacia los ahijados.

Para los trabajos comunitarios: cambios de casas de zacate o de palma, la limpieza y apertura de los caminos y de los pozos, se empleaba el esfuerzo colectivo llamado tequio o fajina.

Tocarles música de jarana a los niños cuando morían, rezarles a los finados, ir a abrir la bóveda al panteón, construir un ataúd, organizar las fiestas del lugar, era un compromiso que había que cumplir con los miembros de la comunidad.

Dentro de estos oficios en el ámbito comunitario, el papel de rezadora o rezandera fue y sigue siendo importante, pues en ellas recae la responsabilidad de hacer todas las ceremonias relacionadas con el deceso de algún miembro de la comunidad.

En la mayor parte de los casos esta actividad la realizan mujeres, aunque también hay hombres rezanderos.

Las rezanderas pueden acudir para ayudar a bien morir a una persona cuando se le solicita, también realizan los diferentes rituales relacionados con la muerte de las personas, como son la despedida del cuerpo, los rezos diarios, la media velada, el novenario y la levantada de la cruz de tierra o de arena, los cuarenta días con el acarreo de la cruz de la casa de los padrinos, el levantamiento de la cruz de madera y el levantamiento de la sombra del difunto.

En tiempos atrás los rosarios eran acompañados de canticos de alabados en tonos muy altos con una profunda melancolía, contestada por un coro que se unía al momento a la rezandera.

Entre las rezanderas de antaño se recuerda a Juana Chigo, Pilar Cárdenas, Manuelita Mendoza Quezada, Elena Fiscal, Antonia Toto, Margarita Fiscal, María Sabani, Josefina Pólito Paxtián, entre otras y de los hombres rezanderos a Vianey Miravete, Faustino Montiel Velasco, Esteban Ascanio, entre otros.

Algunas rezanderas lo eran por tradición familiar, otras por cumplir con un servicio a la comunidad y otras más como parte de una revelación de fe.

Doña Josefina Pólito Paxtián de 73 años de edad y 66 de andar rezando en los velorios, da fe de lo antes dicho:

—“Mi padre se casó con la hija del maestro de la comunidad donde vivía, que es Cerro Amarillo de Arriba, poco tiempo después de casado cambiaron al maestro a Villa Isla, pero mi madre que no quería que mis abuelitos estuvieran solos, se fue a alcanzarlos dejando a mi papacito solo. Después él fue a buscarla y la trajo al rancho, de ahí nací yo, pero mi mamá no se resignaba en dejar a mis abuelitos solos y me llevó a Isla dejándome con mis abuelitos. Cerca de siete años estuve sin conocer a mi padre y casi no veía a mi madre”.

—“Un día, cuando ya entraba a los 8 años de edad, por un incidente familiar me puse a llorar, deseaba que mi papacito estuviera ahí conmigo y que me llevara con él. Así muy triste y con los ojos llenos de lágrimas me fui a acostar. Estuve buen rato pensando en mi papacito, de pronto alcé la vista al techo de la casa y vi la imagen de una señora muy bonita rodeada de muchas estrellitas, vi como esas estrellitas se iban desvaneciendo poco a poco hasta borrarse la imagen, fue una hermosa revelación”.

—“Cuando estaba a punto de quedarme dormida, escuche el silbato del tren que se acercaba a la estación y la gente que corría, pues nosotros vivíamos frente a la estación del ferrocarril. A los pocos minutos se escuchó un grito fuerte ¡ahí viene Juan Polito!, me levante rápido y corrí a la puerta, sentía que el corazón se me salía de lo fuerte que estaba latiendo, ahí frente a la puerta estaba parado un señor muy joven y me dije ¡este es mi papa ¡corrí y me abrace a su cintura y le dije”:

—“Papá llévame contigo, ya no quiero estar aquí”.

“Y el con una sonrisa me dijo”:

—“Si mi niña hoy nos vamos para la casa y así fue como regrese al rancho con mis padres”.

—“Mi abuelito Eduardo Polito Villaseca era muy devoto de la iglesia, participaba cada Semana Santa en el aposentillo tocando su flauta de carrizo y en la casa se rezaba y se pedía la bendición al levantarse por las mañanas, este ambiente me fue atrayendo. Después mi madrina Antonia Toto que era rezandera me enseñó a rezar, a los 9 años ya me sabía el rosario, luego mi tía Margarita Fiscal me enseñó los cantos de alabanzas ya que cada canto lleva su propia tonada y algunos son muy altos”.

—A los 17 años realicé mi primer rezo, sola, a un vecino que había fallecido, después de eso, anduve por todos lados junto a mi papá, ya que él era guitarrero y lo venían a invitar para acompañar en el acarreo de la Virgen de los Remedios. Los huapangos que en ese entonces se hacían en los velorios atraían a muchos músicos y bailadores, se amanecía con la música.

—Cuando moría un angelito, los músicos acudían a tocarles sones como el trompito, los enanitos, el huerfanito y las mujeres lloraban, esto se hacía para que los niñitos se fueran contentos a la otra vida, también las rezanderas acudían a cantar alabanzas.

Las personas que nos invitaban siempre fueron generosas, no recibíamos ninguna paga, porque eso no se cobra, pero nos atendían bien, cuidaban que nuestras gargantas no se perjudicaran, entonces ponían un tanque o una latita en las brasas, ya cuando la latita estaba caliente, echaban vino jerez, así nos daban vino calientito para aguantar cantando y que la voz no desmereciera en el canto”.

—“Al acudir a un velorio me encaminaba a rezar y cantar, mi papacito a tocar su guitarra con los demás músicos, al pie de la tarima. Allá por las 2 o 3 de la mañana le parábamos a la cantada y entonces salía a divertirme en la tarima, me divertía mucho, me gustaba bastante el huapango, pero primero estaba la devoción y después la diversión.

—“Cuando me casé a mi esposo no le gustaba que fuera a rezar, pero yo iba a cumplir con mi deber.”

—“Cuando mis hijos estaban chicos los llevaba y los acostaba junto a mí, en un costalito que me prestaban, mientras yo cumplía con mi misión, hasta el sol de hoy sigo rezando a donde me buscan, pero los cantos de hoy ya son distintos a los que se cantaban antes.