Vie. Abr 19th, 2024

 

Pequeña y oscura era la antigua parroquia de San Juan Bautista y Santuario de la Virgen del Carmen, en Catemaco…

Gruesos muros de laja sostenían el tejado de dos aguas, del que sobresalía la pequeña torre con sus sonoras campanas. Fue construido en 1823, en el mismo lugar que ocupara la primera ermita de tablas y techo de palmas.

En su interior, el ambiente sofocante mezclaba los aromas de flores, incienso, cera y parafina. Y la mortecina luz de decenas de veladoras y cirios apenas disipaba la penumbra humosa…Sin embargo, ese pequeño templo guardaba valiosas imágenes y objetos de culto.

Destacaba el altar mayor, de estilo barroco tallado en madera de cedro con estofados de lámina de oro. Contenía varios nichos, al centro el principal ocupado por una bella y delicada imagen del patrón del templo, San Juan Bautista. Otros, estaban destinados a diversas imágenes.

Al lado del altar mayor, se levantaba el sitial de la Virgen del Carmen. Bajo un dosel, estaba el nicho de madera tallada y estofado en oro, protegido por vidrios alojaba a la venerada imagen. Al pie, abundantes flores, humeantes cirios y veladoras…Y un constante desfile de fieles devotos.

Las imágenes del templo eran delicadas esculturas en madera de manufactura española o modeladas en pasta de maíz en los conventos de Guatemala…El San Juan Bautista destacaba por su fino acabado…Y había una serie de dolientes cristos, así como efigies de María, de dolorosos y estremecedores rostros…

Un Cristo de tamaño natural, reposaba en urna de madera y vidrio, era el “Santo entierro”, propio de los ritos de Semana Mayor. Al tener los brazos y piernas movibles, podía estar en actitud yacente o ser colocado en su cruz. Esa imagen que tanto nos perturbó cuando niños, existe ; aunque hace pocos años fue “retocada”, perdiendo su belleza original.

El “misterio”, representación de la sagrada pareja, atraía la atención infantil. En un rincón de la penumbrosa nave José, María y el burrito, delicadamente modelados en madera y pasta de maíz, esperaban la temporada de “posadas”…Por cierto, a San José nunca le faltó su ”bastimento” consistente en diminutos panes y totopostes que alguien le surtía de manera permanente.

Cerca del nicho de la Virgen una sección del muro se cubría con decenas de exvotos o “retablos”. Esos pequeños cuadros, genuinas muestras de arte popular, recreaban el milagro concedido, o testimoniaban promesas de devoción y agradecimiento por los favores recibidos.

La mayoría de esos retablos era del siglo XIX, realizados a lápiz, con acuarela, óleo o tinta, sobre cartón, madera o lámina…Algunos de esos cuadros descriptivos quedaron grabados en la memoria: El hombre que cayó y permaneció mucho tiempo en un profundo pozo…el picado por una enorme sierpe…el beodo que sintiéndose torero fue cornado por bravo toro…La familia aturdida por un rayo…los náufragos que en el mar quedaron a merced de los tiburones…Todos salvados por la Virgen milagrosa…

Había otros exvotos, “milagros” los llamaban. Eran pequeñas piezas de orfebrería que representaba el favor recibido o la promesa cumplida…Así, diminutos brazos, piernas, pies, caras, manos, corazones…y otras figuras, de plomo, de plata o de oro se exhibían sobre amplios paños de terciopelo rojo, colocados a un lado del nicho principal. Naturalmente, la colección aumentaba, pues el flujo de peregrinos y las limosnas a la imagen milagrosa eran constantes.

Suspendidos de las recias vigas de la techumbre y repartidas a lo largo de la nave, colgaban cuatro grandes candelabros o “arañas” de cristal, de manufactura europea, cuyas pálidas bombillas no alcanzaban a despejar el ambiente sombrío.

No se olvida el majestuoso púlpito. Contenía alegorías bíblicas delicadamente talladas en su madera de cedro. Al recordar esas singulares joyas de la ebanistería, surgen preguntas: ¿Qué artesanos tallaron los altares y el púlpito? ¿Fueron traídos de otro templo? ¿Qué destino tuvieron?…

Aunque sencillo, el templo contaba con amplio atrio con su cruz alta, elemento esencial en todo templo respetable. Recio medio muro de calicanto rodeaba la construcción y sostenía un enrejado de herrería. Tres entradas, frente a cada puerta, eran señaladas por sendos arcos…

En el frente, la Cruz alta al centro y en a los extremos dos esbeltas palmas reales daban la bienvenida a los fieles. Este espacio, por mucho tiempo conservado y respetado, fue invadido en años recientes por construcciones que rompieron la armonía del conjunto.

En el año de 1952, el sacerdote Lorenzo Arteaga, se propuso construir un nuevo templo, más amplio y acorde a su categoría como santuario mariano.

Así, fue derribado el pequeño templo e inició la construcción de la basílica. Con la cooperación en dinero y mano de obra de la feligresía, en 1963 se concluyó la obra dirigida por los maestros Andrés y Victoriano Tlahuisca, originarios de Cholula, Puebla.

En el lapso que tardó la construcción desaparecieron varios objetos del culto pertenecientes a la antigua iglesia, imágenes, cromos, custodias, cálices, candeleros, misales, exvotos, retablos, joyas ofrendadas a la Virgen… Se reitera la pregunta ¿Qué destino tuvieron?

El sepia del recuerdo reconstruye la visión infantil de aquel antiguo y pequeño templo. Su ambiente sombrío, impregnado de aromas de incienso, parafina quemada y flores, medio iluminado por la mortecina luz de las veladoras…Un altar barroco, la Virgen en su nicho… delicadas imágenes de bellos o aterradores rostros…

Nada de eso está. Ese tesoro, patrimonio del pueblo, desapareció bajo el imperativo de la modernidad.