Sáb. Abr 20th, 2024

El dialogo con su madre la había destrozado. Ingrid se preguntaba, cómo una mujer tan inteligente y a la que siempre había admirado se mostraba incapaz de aceptar la decisión de la hija.

—¿Te estás volviendo loca? ¿Te han hecho un lavado de cerebro? –le gritó-.

Los ojos de aquella mujer, dulce y amorosa, ahora destellaban fuego.

El único delito de Ingrid era haber descubierto verdades bíblicas y desear respetarlas. Si al menos la madre aceptase estudiar la Biblia con ella, con el fin que comprobar lo que la palabra de Dios dice… pero; la señora se negaba y simplemente respondía:

—¡Necesitas respetar la tradición de la familia!

¿Hasta qué punto la tradición es correcta?

Ingrid se sentía incomprendida. Quería ser una mejor persona y la madre insistía en hacerla sentir peor.

La joven se encontraba sola. Como una flor del desierto, tratando de resistir en el vendaval. ¿Alguna vez te sentiste así? Las personas te juzgan sin entender las razones de tu corazón, te condenan injustamente, te niegan el derecho a explicar.

El texto de hoy presenta a una mujer incomprendida, como Ingrid.

En el libro 1 de Samuel 1; 15; Ana había ido al templo a orar, suplicar y clamar. Ella era infértil, la peor desgracia para una mujer israelita. Lo estaba haciendo en silencio, aunque sus labios se movían. El silencio en el templo sagrado, el templo del alma el cual mucha gente trata de profanar.

En el silencio del corazón, Ana conversaba con Dios.

El sacerdote la vio de lejos y pensó que estaba ebria, la juzgó y la condenó. A pesar de ser un líder religioso, fue incapaz de comprenderla.

Sí hasta un ministro de Dios, no logró entender el dolor de su corazón angustiado. ¿Qué podrías esperar de otras personas? ¡Sigue Adelante! No permitas que la incomprensión ajena interrumpa tu comunión con Dios y Jesús su hijo. Él te oye, sabe lo que necesitas, conoce tu dolor. Eso es lo único que importa; olvídate de lo que los demás piensen.

En tus horas de tristeza; cuando sientas el corazón a punto de explotar dentro de ti, cuando te veas inclinada a retrucar la agresión humana, piensa en la respuesta de Ana : “No señor, yo no he bebido vino ni sidra, sino que soy una mujer atribulada y estoy derramando mi alma delante de Jehová”.