Vie. Mar 29th, 2024

Por: Hermilo Coto Xolot

Cuántas definiciones adiestradas intelectualmente en escuelas psicológicas modernas, han querido paliar la interpretación de la vida y la muerte, cuando en realidad debería tener una respuesta de conciencia espiritual. Otras definiciones, que suponen hallarla en el intrincado mundo del conocimiento científico, y racional, aterrizan como las anteriores, en el más sutil sentido común, cuyo contenido ideológico y abstracto tienen algo de analogía con la sabiduría del pensamiento popular: «El que nace, tiene derecho a morir» o, «Murió porque ya le tocaba». «Basta estar vivo para esperar la muerte».

Es pues, el concepto de la vida y la muerte «uno solo», porque es parte inherente del movimiento infinito e indisoluble de la materia y nada más. Es un abrir y cerrar de ojos en una dimensión virtual, terrenal, existencial, esporádica y cada hombre lo interpreta según su vivencia sus ideas, su interrelación ante el mundo y con el mundo. Es un acontecimiento de lo que es y será tarde o temprano parte de una experiencia real y personal definitiva. Un individuo pobre enfermo, desahuciado, abandonado piensa que la muerte es la alternativa viable fácil de su salvación y su liberación de ese mundo adverso, atroz y desgraciado y hostil que el conceptúa. Otro diría que jamás quisiera morir, porque es una lástima dejar de existir, mismo que le ha traído regocijo, en el sentido de materiales, trabajo, dinero, e incluso la felicidad. Otras, sin conceptos

definiciones por la ignorancia y ensoñación, manifestados sólo a través de actos comunes por circunstancias históricas, arropadas en el quehacer social, el trabajo forzado a la inmunidad del sentimiento, no saber por qué se vive, y por qué —los seres humanos- estamos en este mundo.

Además de la interpretación anterior, cabe señalar esta metáfora en torno a la vida y la muerte: Hemos olvidado —hasta cierto punto la importancia de la vida y la muerte en su papel preponderante en la contribución de los sueños terminales o inalcanzables del hombre, por una existencia corta, larga o «extra prolongada» y tranquila, por decirlo así. En esa campal batalla por «competir con los demás» o tener más de lo que debiéramos tener dignamente, pasamos inadvertidos lapsos vitales de primordial importancia para el equilibrio de la vida humana en espacios de plena tranquilidad y paz, de reflexión y de descanso emocional; sin embargo adoptamos actitudes inconcebibles a la escala de lo humano, donde permea el asunto del » yo»,

«primero yo» «antes y después yo» entre otros rubros de endeblez humana, convirtiendo nuestra postura en auténtico acto de soberbia, de vanidad, de imágenes y máscaras de diversos matices camaleónicas. Para ser exacto, nos afanamos en ocultar la tragedia de nuestra reales o imaginarias incapacidades, impotencias, frustraciones, o desventuras y desgracias. Pero un pensamiento de reflexión hacia la vida, dirigido al sustento emocional, vital, necesario que merece la más mínima atención, aún ni en la más baja modestia y humildad de lo que significa nuestra existencia humana en el mundo, absolutamente nada, ajenos, como si el cuerpo que portamos y la vida que cargamos, el alma y el cuerpo estuvieran exentos del suspiro fragmento de nuestra más absoluta integridad física, energética y al soplo de nuestra identidad espiritual.

En memoria, ni un ápice de miedo a la soberbia, ni a la incongruencia de nuestra ignorancia y supuesta vanagloria intelectual, a lo que debiera parecer un vuelco al más mínimo respeto que merecen la vida y la y muerte. Porque son dos conceptos aparentemente diferentes pero ambos se hallan en la unidad dialéctica de la naturaleza de los seres humanos. Y La actitud cotidiana y habitual hacia la vida, para los que no estamos exentos de pensamientos banales, demarcados y sumidos en el desprecio a la nada, a lo imaginario, a lo íntimo y a la fealdad de la existencia. Lo que suponemos incierto en la moral y/o engañoso para la memoria y la ciencia, sí para los que vivimos sin saber, y los que sabemos que vivir es simplemente, vivir y que el morir no nos pertenece.

A lo anterior caben estas palabras: «Te digo que tengo vida, cuando veo el amanecer deshaciéndose en su propia luz Cuando noto el movimiento inaudible de las nubes que mueren lentamente sin saber a dónde se han ido y por qué se van. Te digo que tengo vida, cuando a mis espaldas oigo voces calladas, atemperando el miedo, añorando la vida a través de la muerte, de seres queridos que se fueron y no volvieron más”

Pepe Rodríguez, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, estudioso de la vida y la muerte y autor de prestigiados libros entre los que destacan: Mitos y ritos de la navidad, Qué hacemos mal con nuestros hijos. En la introducción de su libro titulado «Morir es nada», empieza enfatizando su punto de vista fundamental en torno del aspecto en cuestión: «…Yo moriré. y tú, que ahora estás leyendo estas líneas , también. Nadie escapa a la muerte, ni aunque pase su existencia evitando pensar en ella. La muerte es el único destino cierto que nos aguarda al nacer, todo lo demás, todo lo que somos capaces de hacer, obtener, disfrutar o sufrir, es mera anécdota que rellena el espacio o tiempo que transcurre entre el alfa y el omega de eso que llamamos *una vida*.

Entonces ¿por qué angustiarse? ¿Por qué espantarse de la muerte’, si la misma es inherente a la materia, es parte del proceso natural de la vida y del movimiento infinito del universo. ¿Por qué esa ironía, esa contraposición? ante una realidad inevitable, irreversible, que algún día, sea a la hora temprana o tarde llegará. Así sea el caso del personaje más rico y encumbrado del mundo, del sultán o rey más renombrado del planeta, de la princesa o duquesa más noble de la última escala social y de la inmanente metáfora de la poesía universal.

Elizabeth Kübler Ross, profesora en psiquiatría en la Universidad de Chicago autora de grandes obras maestras, resultado de su convivencia con los moribundos. En relación al miedo y temor a el hombre no ha cambiado básicamente. La muerte todavía la muerte, la misma asegura que es un acontecimiento terrible y aterrador, y el miedo a la muerte es un miedo universal aunque «lo que ha cambiado -en realidad- es nuestra creemos que hemos dominado en muchos niveles manera de hacer frente a la muerte, al hecho de morir y a nuestros pacientes moribundos»…

Más adelante, la misma catedrática da un punto de vista conciliable, estableciendo que proceso de morir de cada persona, se alimenta de la percepción que ésta tenga de su propia vida previa, por eso cuanto peor sea el balance personal de la vida en el ámbito emocional peor será el tránsito hacia la muerte y viceversa».

La persona que vive sin saber por qué vive y jamás se percata si o cuando morirá; o piensa que cando menos recorrerá una larga trayectoria del atributo longevo a lo que Federico Cruz Quezada reafirma este argumento al señalar que «lo único que en realidad tenemos es vida” “No bien nacemos y ya estamos listos para morir». Este es el fenómeno existencial: «la vida es una probabilidad, la muerte es una certeza»

Morir — aludiendo a Cruz Quesada– no puede ser en un momento determinado una tragedia, un fracaso, una distorsión natural, cuando en algunos casos representa para contados individuos, una virtual necesidad, una salida, un escape, al descanso eterno». La muerte es por sus características un desencanto, una frustración, un final. Verbigracia, una ambigüedad en la necesidad, cuando una persona con enfermedad terminal que ya no soporta los embates de la vida artificial, las consecuentes quimioterapias, transfusiones constantes o tanques de oxígeno perennes. O los dolores dimensionales e infrahumanos que es posible el ser humano soportar; o bien, cuando la longevidad es excesiva larga prolongada, que ‘lejos de ser un don, finalmente, resultaría ser una carga, un castigo durísimo de soportar».

La muerte es un enigma para muchos, un secreto para pocos y un entendimiento y cuestionamiento quizá para contados personajes, en el sentido de valorarla, de concientizarla, de entenderla. Empero, la muerte es simplemente muerte. En gran parte no la entendemos, porque forma parte del pensamiento sincrético del hombre, y es inherente al instinto de conservación, porque desde niño  nos han enseñado a tenerle miedo y en el curso de nuestra existencia hemos albergado ideas y prejuicios que si bien nos han ayudado, otros han orillado a incrementar el miedo a la muerte. Nos han enseñado a vivir pero no a morir. Nos han enseñado a «tener la vida como propiedad absoluta», pero no a cuestionarla y valorarla. Razón por la cual, si comprendemos la vida, por consecuencia nos solidarizamos con la muerte, sin embargo sentimos que » tenemos solo la vida» tanto que hasta nos convertimos en propietarios absolutos e irrenunciables de  una entidad que jamás nos pertenece, más que a la madre naturaleza, misma que hasta cierto punto nos da la oportunidad de luchar contra la propia muerte hasta sus últimas consecuencias, sin embargo termina triunfante por recobrar lo que le es inherente, natural y lo que honestamente le pertenece.

Por qué pues, entender la concepción de la vida y muerte representa un problema crucial, cuando sin equívocos, los seres vivientes estamos y somos parte del proceso inherente de la eterna dimensión de la naturaleza.- el problema no es vivir, ni morir, son las formas como el hombre les da respuesta.- y así como la interprete vivirá a lo sumo su experiencia personal tarde o temprano.

En torno a lo anterior y para concluir con estén humilde trabajo, tomaremos argumentos cruciales al tema en cuestión, apoyándonos con los planteamientos de dos connotados filósofos orientales Deepak Chopra, y Osho en obras relacionadas con el tema de «bienestar emocional», agregando nuestro modesto juicio a propósito de señalar dos culturas y los conceptos que tienen de la vida y la muerte, respectivamente. Afirman: El hombre occidental nace sufriendo, sufre viviendo, y muere sufriendo. Muere a veces prematuramente, en torno a la importancia que éste le brinda a los agentes exteriores, los que giran alrededor de él, sumido muchas veces en la desesperación, la angustia, el miedo y el temor que causan los sueños, las expectativas no cumplidas, las desesperanzas y las pesadumbres existenciales. Vive sufriendo por cumplir y no cumplir, por respetar o desafiar normas sociales, arbitrarias, hábitos y puntos de vista sutiles e inútiles, etc. Por necedades y banalidades. No obstante se inmiscuye, desafía el reto, ante el cual, muchas veces no tiene la capacidad ni la madurez emocional de enfrentarla. Y puede » morir antes de tiempo» de estrés, de diabetes, o inclusos de cáncer a causa de tantos movimientos y distorsiones anímicas que ocasiona el denominado mundo moderno. Muere y diría la sabiduría popular [aquí se queda todo, tanto el trabajo, como las cosas materiales por las cuales vivió].

Mientras el hombre oriental, -dice- vive, pensando en si, como «cosa primordial», necesaria a su mundo, al equilibrio de su salud física y mental y espiritual y el mismo está supeditado a cuestiones no superfluas a su vida social y familiar sencilla y modesta, pero satisfecha que no afecte sus dimensiones, elementales de vida. Se afana por buscar la paz espiritual que es esencial y ante todo es un factor invaluable para preservar la vida.